Cuando al ajarafe me subo y oteo
los tejados ocres que ví en mi niñez
y un olor caliente, dulce y penterante
invade mis tardes y endulza mi piel,
regreso a Granada donde el agua pura,
me quita la pena, me calma la sed.
Y juego en la calle, como de pequeño
detrás de Eduardo y junto a Javier
y subo corriendo los veinte peldaños,
de la cuesta grande que no olvidaré
y el aljibe fresco de agua abundante
me pide que beba y calme mi sed,
pero la tristeza me embarga de nuevo
y me siento lejos de tu bella piel
y aunque soy muy viejo y ya no te tengo
te juró que un día yo regresaré.